Cuando los años de asfalto y cielo te tienen curtido el cuerpo, las derrotas y las victorias tienen sabores comunes. La experiencia te hace estar cómodo en un terreno central entre esos dos polos opuestos, quizás sea un mecanismo de defensa. Nada es lo que parece, a no ser que el tiempo (el Gran Jefe) lo confirme con su vara de medir. Y ya nada me quita la sensación de vacío que me queda siempre que triunfo en algo. Las resacas de los premios son resacas al fin y las apariencias enganchan.
Llego al hogar, que es más que una casa, habiendo logrado otra meta, habiendo estirado correctamente mi pierna para dar otro paso, con la diferencia sustancial de que un jurado ha valorado mi huella como la mejor de la noche. Me gusta pensar que en el “veredicto” (no sé porque pero pienso en el Papa de Roma ahora) han evaluado más que esa noche de luces y escenarios, que han premiado muchas noches. El público debe saber que lo que se canta en tres minutos cincuenta segundos delante de focos de colores y humos artificiales es producto de muchos minutos de vivir, de leer, de sentir, de escuchar, de ponerse a prueba en esto que es la vida. Una canción es el resultado de muchas noches sin luces entre humos NO-artificiales.
De vuelta al hogar, transcurrió un domingo más de periódico (El País), café (leche y leche), sexo (como el café) y viaje (barco a GC) y de todos ellos, el único que me hizo aterrizar poniendo pie en tierra, fue el primero con su artículo “Agujeros negros del planeta”. Podría perderme en patrañas diciendo que los otros tres (café, sexo y viaje) también esconden agujeros negros pero esos agujeros no me hicieron poner pie en tierra sino todo lo contrario.
Algunos decidieron que este fin de semana fuera el ganador del Festival de Candelaria 2010 otorgándome un trofeo (que aguanta ahora mismo varios libros en la repisa ) y un premio económico (que ayudará, sin duda, a plasmar canciones en mi próximo trabajo). Volvía en el barco feliz, más bien aliviado al saber que parte del coste de mi próximo disco está asegurado y el artículo citado me descubre realidades más duras que el miedo a no tener para grabar.
Bangladesh ……… realidad que me hace ver lo multimillonario que soy en este occidente absorto y ausente del otro lado del mundo. En las ciudades bengalíes, 700.000 niños de entre 6 y 14 años vagan las calles, con un presente puto y sin futuro posible. Niños a los que al preguntarles que quieren ser de mayores se quedan mudos porque la palabra “futuro” no tiene cabida en sus diccionarios. Niños abandonados por sus madres o lo que es peor, vendidos. Cada hora mueren 14 bebés en Bangladesh. Niños con mucho tiempo, el mismo minuto del que presumo yo pero con otros 60 segundos.
Más de dos mil millones de personas viven con menos de 2 euros al día y yo ando aliviado porque tengo 3000 euros para grabar mi próximo disco.